Vaya por delante que este blog es identificable. La persona que en él escribe tiene nombre y apellidos. Todo lo que en él se publica está suscrito por Isabel Goig Soler. O sea, en él se da la cara, que es la actitud que siempre he tenido ante la vida. Aunque ello ya me llevara a sentarme en el banquillo para responder por lo que escribía. Es una forma de ser. En la arena y no en la barrera. Esto, queda claro, no es un chat.
De todas las barreras de la vida, la más repugnante es la del anonimato, entendiendo por tal la actitud de determinados seres siniestros quienes, amparándose en él, aprovechan las puertas abiertas, de par en par, para inocular su particular veneno, casi siempre el veneno de la injuria, de la calumnia, respondiendo con ataques personales a razonamientos, incluso jurídicos.
El ser humano inventa cosas maravillosas, ingenios que hasta hace pocos años, ni siquiera se llegaban a soñar. Y parte de ese conjunto de seres humanos utilizan esos mismos inventos para sus particulares tejemanejes, llevándolos, a los inventos y a ellos mismos, a la categoría de basura.
El mundo virtual es una buena prueba de ello. Se ha convertido en el escondrijo de los pederastas, de los terroristas, de los traficantes y de los seres anónimos sin agallas, que se vuelven locos delante de un teclado, que se esconden como las ratas hasta de ellos mismos, para lanzar sus frustraciones, sus envidias, su mala leche y sus calumnias a los cuatro vientos. Son los Cepunto, Elepunto, Emepunto de la vida, la escoria.
Gente sin luz, gentuza que como las codornices, enturbian el agua para evitar que beban las que llegan detrás. Enfermos a los que, si se les estrujara, producirían un muestrario completo de sustancias. Hasta aquellos personajes metafísicos que los autores franceses sacaban en las comedias, llamados “malasbocas”, tenían cara y ojos. La gente de los anónimos venenosos son aquellos que queman los pinares con alevosía, son sucesores directos de los que, en plena contienda civil, sacaban por las noches a las personas de sus casas para darles un tiro anónimo. No nos quepa duda que de repetirse aquella guerra, estos solventarían sus cuestiones personales de la misma forma.
Siempre que pienso en estos ruines recuerdo a María, una mujer de un pueblo de Tierras Altas que vivió a principio del siglo pasado y murió siendo todavía joven, de depresión, porque los antecesores de la gente que ahora deposita el veneno virtual, los malasbocas, dieron en calumniarla con amores ilícitos mientras el marido conducía el ganado a extremo. Todavía su hija enseña la foto con sus padres, reclamando la confirmación de paternidad con un ¿nos parecemos, verdad? La tengo por bandera y siempre que puedo le rindo un pequeño homenaje.
También recuerdo una época (sería a final de la década de los ochenta), en la que miembros de un partido político soriano enviaban anónimos a diestro y siniestro. Siempre he dicho que en el mundo rural, endogámico, se sabe hasta lo que no es, y finalmente se supo, se murmuró quienes fueron, tratando de evitar que un miembro de ese partido, ajeno al cogollo, se presentara para un puesto de relevancia, si es que la política provincial soriana tiene alguna.
Y aún me tocó vivir, directamente, otros episodios de anónimos. Fueron dirigidos al propietario de un periódico –por aquel entonces mi marido- quien jamás negó la publicación a nadie, dijera lo que dijera, aunque fuera en contra de él, siempre y cuando estuviera firmado con el nombre y los dos apellidos, como hacía él. Pero no, usaron los anónimos.
Una no puede dejar de romper una lanza aquí a favor de todos los periodistas, sean del color que sean, defiendan lo que defiendan. Personas que cada día, desde los periódicos, desde las radios, desde las televisiones, suscriben todo lo que dicen. Eso es verdaderamente grande y además rico e interesante, pues con las mismas armas, el nombre y los apellidos, se puede llegar a producir intercambios de opiniones e ideas, acercamientos o alejamientos, pero siempre a cara descubierta.
Este blog pretende parecerse a eso. Aquí tienen cabida todos los comentarios, pero, cuando sean venenosos han de ir firmados, suscritos, pues en caso contrario desaparecerán de la visión. La puerta está abierta, se puede entrar sin llamar, pero una vez dentro hay que guardar la cortesía y la buena educación.
Y una última cosa, dicen los antiguos que la lengua de camaleón, arrancada en vivo, servía para que el que la poseyera ganara un pleito.
De todas las barreras de la vida, la más repugnante es la del anonimato, entendiendo por tal la actitud de determinados seres siniestros quienes, amparándose en él, aprovechan las puertas abiertas, de par en par, para inocular su particular veneno, casi siempre el veneno de la injuria, de la calumnia, respondiendo con ataques personales a razonamientos, incluso jurídicos.
El ser humano inventa cosas maravillosas, ingenios que hasta hace pocos años, ni siquiera se llegaban a soñar. Y parte de ese conjunto de seres humanos utilizan esos mismos inventos para sus particulares tejemanejes, llevándolos, a los inventos y a ellos mismos, a la categoría de basura.
El mundo virtual es una buena prueba de ello. Se ha convertido en el escondrijo de los pederastas, de los terroristas, de los traficantes y de los seres anónimos sin agallas, que se vuelven locos delante de un teclado, que se esconden como las ratas hasta de ellos mismos, para lanzar sus frustraciones, sus envidias, su mala leche y sus calumnias a los cuatro vientos. Son los Cepunto, Elepunto, Emepunto de la vida, la escoria.
Gente sin luz, gentuza que como las codornices, enturbian el agua para evitar que beban las que llegan detrás. Enfermos a los que, si se les estrujara, producirían un muestrario completo de sustancias. Hasta aquellos personajes metafísicos que los autores franceses sacaban en las comedias, llamados “malasbocas”, tenían cara y ojos. La gente de los anónimos venenosos son aquellos que queman los pinares con alevosía, son sucesores directos de los que, en plena contienda civil, sacaban por las noches a las personas de sus casas para darles un tiro anónimo. No nos quepa duda que de repetirse aquella guerra, estos solventarían sus cuestiones personales de la misma forma.
Siempre que pienso en estos ruines recuerdo a María, una mujer de un pueblo de Tierras Altas que vivió a principio del siglo pasado y murió siendo todavía joven, de depresión, porque los antecesores de la gente que ahora deposita el veneno virtual, los malasbocas, dieron en calumniarla con amores ilícitos mientras el marido conducía el ganado a extremo. Todavía su hija enseña la foto con sus padres, reclamando la confirmación de paternidad con un ¿nos parecemos, verdad? La tengo por bandera y siempre que puedo le rindo un pequeño homenaje.
También recuerdo una época (sería a final de la década de los ochenta), en la que miembros de un partido político soriano enviaban anónimos a diestro y siniestro. Siempre he dicho que en el mundo rural, endogámico, se sabe hasta lo que no es, y finalmente se supo, se murmuró quienes fueron, tratando de evitar que un miembro de ese partido, ajeno al cogollo, se presentara para un puesto de relevancia, si es que la política provincial soriana tiene alguna.
Y aún me tocó vivir, directamente, otros episodios de anónimos. Fueron dirigidos al propietario de un periódico –por aquel entonces mi marido- quien jamás negó la publicación a nadie, dijera lo que dijera, aunque fuera en contra de él, siempre y cuando estuviera firmado con el nombre y los dos apellidos, como hacía él. Pero no, usaron los anónimos.
Una no puede dejar de romper una lanza aquí a favor de todos los periodistas, sean del color que sean, defiendan lo que defiendan. Personas que cada día, desde los periódicos, desde las radios, desde las televisiones, suscriben todo lo que dicen. Eso es verdaderamente grande y además rico e interesante, pues con las mismas armas, el nombre y los apellidos, se puede llegar a producir intercambios de opiniones e ideas, acercamientos o alejamientos, pero siempre a cara descubierta.
Este blog pretende parecerse a eso. Aquí tienen cabida todos los comentarios, pero, cuando sean venenosos han de ir firmados, suscritos, pues en caso contrario desaparecerán de la visión. La puerta está abierta, se puede entrar sin llamar, pero una vez dentro hay que guardar la cortesía y la buena educación.
Y una última cosa, dicen los antiguos que la lengua de camaleón, arrancada en vivo, servía para que el que la poseyera ganara un pleito.