Hace
ya demasiados años que vivimos en un bipartidismo insoportable. Esta forma de
gobierno, tal vez interesante en la segunda mitad del siglo XIX, resulta más
que agobiante en el siglo XXI. El sistema electoral que conviene a los
políticos españoles hace esto posible y, tan a gusto se sienten en él, que ni
derechas ni izquierdas mueven una propuesta para terminarlo.
Conlleva
esto el tener que soportar, siempre, ad eternum parece ser, a los mismos
políticos en todas las instituciones. Como en la cola de la pescadería, van
cogiendo turno y cuando les toca se vuelven a poner al final otra vez,
cansinamente. Las mismas jetas, los mismos discursos, aparecen un día y otro,
un año y otro, en los medios, en los mítines, en los mercados. Y los sufridos
ciudadanos –votantes o no- han de presenciar el espectáculo de verles envejecer
ante nuestros ojos. Envejecer física y mentalmente, porque con ser siempre el
mismo discurso, el entorno cambiante según los tiempos vividos lo hacen rancio,
como la manteca que cuelga durante meses en los ganchos de los someros, una
rancidez apestosa y pegajosa.
Estos
políticos nuestros se han equivocado, en esto también. La sabiduría de la
experiencia es algo inherente a los filósofos, a los pensadores, a los
escritores, pero ellos no son nada de eso, son, sencillamente, unos
avariciosos, algunos corruptos, muy corruptos, que no sirven en la vejez más
que para estorbar y dar ejemplo de lo que no debe hacerse. Su experiencia en
chanchullos y corruptelas no la queremos. Queremos, muchos, que se vayan de una
puñetera vez y consigan tanta paz como descanso dejen. Que mantengan lo
adquirido, legalmente o no, y se vayan y nunca más asomen la cara a ningún
sitio donde podamos verles.
Tampoco
nos sirven esos nuevos rostros que a veces se sacan de la chistera para dar
imagen de modernidad. Ya vemos a Cospedal, por ejemplo, con la peineta en la
cabeza presidiendo procesiones, y hablando de populismo o coroneles “con todo
su cariño”, imitando a Vidal-Quadras cuando sugiere que la Guardia Civil podría
intervenir en Cataluña. O a Báñez agradeciendo a la virgen del Rocío no sabemos
qué, pero algo relacionado con el paro y la desgracia de millones de personas.
Tampoco esto nos interesa a muchos.
Queremos
jóvenes asesorados por sabios que envejecen dignos y pudorosos, o poseedores
del ímpetu de las personas no maleadas, capaces de ver las cosas como son,
porque están en contacto con la realidad, en la calle, y no en los despachos
sin desinfectar desde que reinaba Alfonso XII, con el cráneo de santa Constanza
o el brazo incorrupto de santa Teresa.
Queremos
a jóvenes como Beatriz Talegón, capaz de criticar a los socialistas por
reunirse en hoteles de cinco estrellas, cuando a ella tal vez le hubiera
gustado más una casa rural con vistas al bosque, o al mar, con jóvenes de su
edad comiendo pizzas. O como Ada Colau, capaz de sentarse ante sus rancias
señorías y definir perfectamente a los
banqueros llamándoles criminales, al fin y al cabo eso sólo significa que
cometen delitos graves.
Id,
por favor, id en buena hora. Ya sabemos que es duro para el bolsillo, sabemos
que esa, precisamente, es la cuestión, pero conformaros con los tropecientos
millones de euros, con los diez pisos, con otros tantos coches, y todo eso que
habéis conseguido a lo largo de toda vuestra vida y la nuestra. No vais a ser
eternos, lo único que vais a conseguir es ser los más ricos del cementerio. Y a
ser posible, si todavía os queda un resto de dignidad, no cobréis pensiones,
dejad ya en paz las arcas del Estado.