En la Alcarama de Soria tratando de encontrar la fosa de Antonio Cabrero y Valentín Llorente. Foto Susana Soria.
Acabo
de ver un programa en la Sexta sobre Franco y su valle. Aparecen
familiares de los asesinados por Franco y su régimen, abogados,
historiadores, Gonzalo Fernández de la Mora (digno hijo) y el nieto
mayor de Franco, de su mismo nombre y apellidos, ese que ha sido
multado ya en varias ocasiones por cazar furtivamente, entre otros
montes en los de Soria.
Hay
que reconocer que lo de España es muy fuerte. Dentro de la Europa
democrática no se conoce un caso similar de militar golpista y
después dictador con cientos de miles de asesinatos a sus espaldas
que tenga un monumento semejante para sus restos donde se le sigue
rindiendo homenaje cada año con brazos en alto y cánticos del
caralsol. Como hace pocos días en Málaga al suegro de Ruiz
Gallardón. Veinte y un mil asesinatos, afirma la Asociación que
lleva su nombre, “y porque no hubo más remedio”. A la salida de
los juzgados de Soria, donde se dirimía si al pueblo de San Leonardo
se le quitaba el “de Yagüe”, la hija del carnicero de Badajoz se
permitió decir que los crímenes cometidos por su padre en aquella
ciudad extremeña es una tergiversación de la historia, vamos una
leyenda urbana, como si él mismo no hubiera confesado sus crímenes
argumentando que no iba a dejarlos atrás. “Por supuesto que les
matamos. ¿Qué esperaba usted que me llevara cuatro mil rojos?”.
Se lo decía a un periodista, en plena contienda. A Rajoy no le
interesan nada las fosas de la guerra, ni lo que sucedió después,
ha repetido hasta la saciedad. No le interesa nada de aquello, entre
otros motivos, porque no han pasado por sus ojos más de mil
expedientes de responsabilidades políticas. A muchos nos gustaría
saber qué le interesa a Rajoy. Y qué van a decir Rajoy y los suyos,
si la mayoría son descendientes de aquellos. Si ganan una y otra vez
las elecciones porque no existe un partido más a la derecha que
ellos y porque no hay manera de que la izquierda se alíe (sí,
alíe), por una vez en la historia y los eche.
Bueno,
a lo del Valle. Ni la Iglesia, ni el Estado. Si todavía a la familia
le restara algo de vergüenza, si reflexionaran por unos instantes la
vida regalada que han llevado todos gracias a Franco y a su sucesor,
quien les concedió hasta títulos nobiliarios, sin que nadie ni nada
les haya perturbado, sin que hayan tenido que exiliarse, podrían
hacer un único favor a todos los españoles y llevarse al abuelo a
un cementerio, donde estuviera su mujer, por ejemplo, y homenajearle
en la intimidad. Ellos, especialmente a la hija (que todavía pulula
por la vida con noventa años o más), a la que sólo molestaron en
una ocasión cuando sacaba joyas y condecoraciones de papá, la
molestaron solamente, que yo recuerde no pasó por la cárcel, dejó
el bolso en alguna consigna y a la vuelta lo recogió. Ella, antes de
morir, debería hacer un único favor, y permitir que los restos de
su padre se sacaran del Valle de los Caídos.
No
resultaría esa basílica, una vez fuera el dictador, agradable. Está
contaminada para siempre. Además es el recinto más tétrico,
sobrecogedor, feo y tenebroso que he visto en mi vida, propio de la
megalomanía de dictadores. Construido por los presos, políticos y
comunes (¡qué salvaje ironía!). Pero al menos, sin los restos
dentro, se podría dignificar, no sé, o contratar a una empresa de
derribos.
¡Se
lo lleven, coño!, como diría aquél. Es más fácil sacarle a él
que al resto de los que se llevaron de extranjis. Miles de ejecutados
por Franco y sus secuaces siguen en las fosas buscados durante años
por sus familiares para llevarlos a los cementerios junto a los
suyos, y éste, bien localizado y floreado, permanece allí,
especialmente porque su familia tiene el malsano deseo de seguir
jodiendo a los españoles. Y de paso que se les acabe el negocio a
los benedictinos que se niegan a dejar la tumba vacía. ¡Qué triste
destino para los monjes de San Benito!