miércoles, marzo 30, 2011

Ahora toca Libia



 La gente de mi generación ha crecido con la idea de que el coronel Muamar el Gadafi ha significado, junto con el egipcio Gamal Abdel Nasser, la esperanza del mundo árabe, visto desde una perspectiva amplia, y no sólo desde la occidental o del primer mundo, como acostumbramos, al considerarnos lo mejor de lo mejor.
Ambos depusieron a los reyezuelos que reinaban en sus países, Gadafi a Idris y Nasser a Faruq. De nuevo en la retina de los de mi generación, las figuras de estos personajes depuestos, paseando millones y orondeces por paraísos de poder, glamur y sinvergonzonería a partes iguales. Entonces, Nasser y Gadafi se convirtieron en espejo donde mirarse, en especial por la cruzada antiamericana del segundo, que se perpetúa, según he leído, en su única hija viva. Y lo digo dejando a un lado mi particular inquina hacia los dos, porque eran acérrimos enemigos del Estado de Israel, pero las cosas son como son. Ambos significaron en su momento el toque profundo, revolucionario, en unos países de largas vestimentas y regímenes medievales, como ahora mismo Arabia Saudí, de cuyos mandamases son tan amigos los países occidentales y en especial nuestra borbónica monarquía. Y habrá que reconocer que la mujer alcanzó, tanto en Libia como en Egipto, un estatus impensable en otros países donde la monoteísta religión musulmana (estoy siendo políticamente correcta, como se lleva), es la que gobierna los países, las haciendas, y las conciencias de sus habitantes.
Pero la vida va pasando y las personas van cayendo una y otra vez del caballo (véase sino lo que le sucede a nuestro presidente del Gobierno). El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente, como dijo un inglés hace ya muchos años. Nasser, al morir pronto, se libró de muchas vicisitudes, pero Gadafi se convirtió, por lo que dicen, aunque como casi todo hay que ponerlo en tela de juicio, en un reyezuelo más con voluntad de perpetuarse en su estirpe. Y es necesario utilizar la duda razonable, porque esta conversión de la que hablan sus enemigos, debe ser muy reciente, ya que le hemos visto hace poco, con su magnífica tienda, en países del primer mundo, saludado y admirado por los mismos que ahora ven en él al mismísimo demonio.
Los países musulmanes donde ahora se están viviendo acontecimientos que sin duda harán historia, entre ellos Libia, no es que se vieran de pronto felices propietarios de gas y petróleo, que ya lo tenían casi desde que la tierra lo es, sucedió que el mundo occidental, o primer mundo, les hizo ver la importancia de sus tesoros. Nada de tumbas faraónicas ni tonterías de Saba, no, combustible para el desenfrenado primer mundo, capaz de cargarse la tierra en cuatro generaciones. La terrible y estúpida voracidad del primer mundo, que les puso alerta y les incordia una y otra vez, entrando en sus dominios como un elefante en una cacharrería, como el caballo de Atila por los pacíficos sembrados, despertando en ellos la codicia que consume al mundo occidental, provocándoles. Y por esa codicia invadieron Irak, que ha sufrido hasta la fecha la muerte de más de seiscientos mil muertos, que se dice pronto, y que equivale, muerto arriba muerto abajo, a los que padecimos en España durante la Guerra Civil, y de los que todavía, más de setenta años después, nos lamentamos amargamente.
Lo que aparentemente quiere el primer mundo, para tener acceso a los tesoros, es exportarles a todos ellos nuestra magnífica democracia. Una democracia demócratamente corrupta, con valores demócratamente absurdos, con pena de muerte, demócrata, en Japón y Estados Unidos, y más cosas demócratas que podríamos decir, y que yo prefiero, naturalmente, porque sobre todo no quiero, ni que me impongan ninguna religión o creencia por las armas, ni que me lapiden, ni ver antes de morir a una nieta mía tapada.
Y en la codicia sin límites de tesoros para nuestras estúpidas actividades, llevan años intentando abrir la caja de los truenos, y en los últimos tiempos, todos, hasta Zapatero, unen fuerzas para dejarla totalmente al descubierto. Es decir, que les están dando suficientes argumentos para que durante generaciones nos lamentemos con amargura.
Mientras, nuestro Gobierno, que pone una vela a Dios y otra al Diablo, vende armas a esos países. Esto es de locos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Se podría decir más alto, pero no más claro.
Un únic lapsus: "la muerte de más de seiscientos mil muertos" es metafísicamente imposible.

Anónimo dijo...

Me coge Libia muy lejos. Creo que el tema de los países musulmanes es tan peliagudo que no sabemos qué pasará aunque será inevitable que nos salpique a la corta y a la larga,pero no podemos hacer nada. Como soriano me preocupa la bajada del censo en doscientas personas después de varios años subiendo volvemos a la inercia habitual. Soria se nos va de las manos y aunque eso parezca insignificante ante lo que está pasando en el mundo, a mi me preocupa mucho. Rubén