domingo, junio 12, 2011

Cuando ya no son útiles



Es sabido que desde que la mujer se incorporó al mundo laboral los más perjudicados han sido, y siguen siendo, niños y ancianos. A veces, esta circunstancia es esgrimida como excusa. Es cuestión de elegir, y ya sabemos que la mayoría de los españoles han elegido hipoteca, y eso requiere un esfuerzo solidario de todos los miembros de la familia en edad laboral, todos los que en las actuales circunstancias sean capaces de encontrar empleo.
Los ancianos ven con tristeza cómo las familias se van desprendiendo de ellos según van alcanzando edades provectas. Se resignan, porque no les queda más remedio, pero no dejarán de pensar, sobre todo las mujeres, en sus años de servicio a la familia. Ellas jamás pensaron, vamos ni se les pasó un instante por la cabeza, que sus mayores, y los del marido si estaban casadas, fueran a parar a lo que entonces se llamaba asilo de ancianos. Muchas de ellas habrán ejercido de niñeras sin sueldo, y bastantes se habrán sacrificado para darles a los hijos un porvenir, que se decía entonces.
No es que a mí me resulten enojosas las residencias de ancianos, es más, deben existir para acoger a todas aquellas personas que, libremente y llegado el momento que consideren oportuno, decidan cambiar su casa de toda la vida por otra que les resulte más cómoda. De mi generación para atrás, muchas personas vemos esa opción como la mejor. Lo que ya me parece un disparate es que se les obligue a  trasladarse a ellas en contra de sus deseos. Y de eso, salvo casos especiales, que los hay, la responsabilidad es de la familia.
Pero vamos a dar por hecho que sea inevitable el traslado a los geriátricos porque no hay familia directa, o ésta se encuentra en verdadera situación de no poder atenderles. Ofertas hay, sobre todo en la provincia de Soria, donde la pirámide de edades no está completamente invertida gracias a los diez mil inmigrantes. En la actualidad no existe pueblo que se precie sin su residencia de ancianos. Mi pregunta es ¿por qué no se les asigna plazas a los ancianos en su lugar de residencia? Si ello es imposible al principio, si lo será el reservar una plaza para que a la mayor brevedad se proceda al traslado.
Hará unos quince días, un anciano de Covaleda desapareció del geriátrico de Tardelcuende y fue hallado muerto, probablemente desorientado. En Covaleda creo que no hay casas de ancianos, pero sé que en Vinuesa, pueblo cercano, hay dos, y en Duruelo de la Sierra, más cercano todavía, una.
Unos meses antes se dieron otros dos casos, uno concretamente de un asilado en San Pedro Manrique, encontrado en el camino de Bea, el hombre no era de allí. Hace unos meses conocí a un matrimonio de Tierras Altas, residiendo en el geriátrico de Quintana Redonda. Y así podríamos seguir hasta cansarnos.
¿No se puede hacer un esfuerzo para ubicar a nuestros mayores en su lugar de residencia de toda la vida, o lo más cerca posible? ¿No es posible, por mucho papeleo y molestias que ello suponga a los funcionarios de turno, o a los familiares, el no desgajar de su hábitat a los ancianos? ¿O es que también existe en este sector un grupo de presión?
Ya supone para ellos un trauma, el último, el dejar su hogar de toda la vida con la propia vida pegada a las paredes, a los muebles, a las plantas, a los recuerdos; dejar de levantarse a la hora deseada, dejar de comer cuando les apetezca realmente, perder el tiempo como les de la gana, para que, además, haya que trasladarlos decenas de kilómetros y hacer que con ochenta años, o más, se vean obligados a conocer gente nueva, a descubrir paisajes a través de la ventana que tal vez les importe nada o menos.
En fin, hay que carecer de empatía para llevar a cabo estos comportamientos. El único consuelo es saber que a todos les llegará su san Martín.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Empatía -su falta- ahí está el quid de la cuestión; ése es el problema, el no ponernos en lugar de esos ancianos. Y no sé qué será peor para ellos, si el carecer de familia o, en caso de tenerla, constatar, como con demasiada frecuencia ocurre, cómo se olvidan de ellos, cual si de trastos viejos se tratara, abandonados a su suerte en un lugar lejano a su pueblo. Porque al desarraigo han de sumar el olvido de sus familiares. Quien más quien menos, conocemos casos de hijos que ni siquiera van a visitarlos allí donde están. O muy de tarde en tarde.
Sí, San Martín parece que ha de ser un santo justiciero, y más que lo será en el futuro.
Magnífico y humano artículo, Isabel.
Paquillo Pajero.

Anónimo dijo...

Por desgracia, para algunos los ancianos son como viejos... e inservibles trastos. ¡Hala, al desván!(residencia).
Germán Ortigosa

Anónimo dijo...

Si queréis os los mandamos todos a vuestra casa.

Anónimo dijo...

Independientemente de la libertad de expresión vigente, me parece de una total inhumanidad el comentario del último anónimo que propone enviar a los ancianos a casa de quienes tienen, tenemos, empatía con estos seres (humanos, no lo olvidemos) que, la inmensa mayoría, dieron lo mejor de sí por sus hijos.
Ah, cierto que a cada cerdo le llegará su San Martín. Arrieros somos, amigo.
Paquillo Pajero.

Anónimo dijo...

de acuerdo con Pajillo Pajero. Nuestros familiares ancianos no se merecen pasar los últimos días de su vida donde no quieren estar por muy bien que sea el lugar, que no yo pongo en entredicho las personas que trabajan en las residencias de ancianos. Pero algunos no viven el final de su vida dignamente, malviven acordandose de su casa y de los suyos. Hay que tener poca empatía por cierto.
Rubén

Manuel de Soria dijo...

Salvo que algún antropólogo me corrija, la atención de los mayores por sus familias es inversamente proporcional al grado de desarrollo y bienestar de las sociedade en que viven. ¿Recuerdan aquella España de antes del desarrollo?