Somos
como niños. Todavía existen en este país –y en el mundo- personas ingenuas que
piensan que el hecho de atragantarse con doce uvas el día 31 de diciembre va a
cambiar el rumbo como por arte de magia. A ocho de enero todo sigue igual,
naturalmente.
El
partido en el gobierno camina sobre los ciudadanos como un elefante en una
cacharrería, “cumpliendo el programa electoral”. No aquello fundamental para lo
que, supongo, les votarían, es decir, sacar a millones de españoles de la
desesperación que conlleva la falta de trabajo, la carencia de una vivienda, la
sinvergonzonería de los bancos, la hijoputez de los corruptos. No, ellos, van a
por las mujeres que abortan, a por la educación para la ciudadanía, y otros
hechos que a la santa madre iglesia y a la extrema derecha no les parece bien,
y claro, son sus votantes, y hay mucha iglesia y mucha extrema derecha todavía
en España, y votan, la derecha entera, desde la extrema a la moderada vota en
bloque, se mantiene en bloque pétreo como el valle de los caídos, mientras que
los votantes de la izquierda, sutileza viva, exquisitez, maremágnum ideológico,
tiquismiquis insoportable, van por la vida preguntando ¿qué es la izquierda?,
define izquierda. Lo contrario de la derecha, así de simple, eso es izquierda,
para abreviar.
Véase
si no, descendiendo algo en el escalafón de las gallardonadas, las tonterías,
porque son tonterías de pijo, que se le ocurren a este prócer, de quien hasta
los más izquierdosos teníamos un concepto de él como “derecha moderada”. El
hombre ha seguido los pasos del invicto caudillo, quien desde que llegara al
poder por la gracia de dios, se arrogó derechos de reyes y concedió títulos
nobiliarios a botazas que le ayudaron a ganar la guerra civil. Pues bien él,
pasándose por las cejas la Ley de la Memoria Histórica, tal como un reyezuelo,
renueva títulos nobiliarios a sucesores de marqueses fascistas, como fueron el
general Valera y Queipo de Llano. Y esas pijadas, que puede parecer carecen de
importancia (y así debería ser), van sentando las bases de aquello que es y
significa la preocupante actuación del gobierno de la nación.
Ellos
desfilan por la vida con la sonrisa puesta. Unos, como Camps, con cara de bobo,
se ríen de la Justicia, la manipulada y la que se resiste. Botella y su marido
sonríen de medio lado, con suficiencia y soberbia. Cospedal se ríe en diferido
y Rajoy nos anuncia lluvia mientras hace una mueca con la boca. Ellos están
aquí antes de que dios fuera dios y los peñascos, peñascos.
Confiemos
en que desde dentro, desde las propias personas que, sintiéndose de derechas,
son capaces de darse cuenta de que los otros, esos que están en Madrid o en el
País Valenciano, dirigiendo la política nacional son, en su mayoría, de extrema
derecha, sean capaces de hacerles un corte de manga y echarlos de la política
en buena hora. Fuera de la capital de la nación y de la Comunidad Valenciana,
viveros de sanguijuelas, incluso en esas dos comunidades, aunque menos, existen
–porque les conozco- buena, incluso estupenda gente de derechas, con conciencia,
capaces de sacar adelante a estas pobres
tierras, sin echar mano ni de la corrupción ni de actitudes filofascistas.