Ilustraciones: Revistas Mongolia y El Jueves
Los
niños, cuando se les reprende sobre lo mismo, con idéntico tono de voz, a la
cuarta no escuchan, tal vez ni tan siquiera oigan, y siguen haciendo lo que les
apetece. Es como un juego. Con la Constitución Española sucede otro tanto. La
mayoría de los españoles, firmantes o no de la Carta Magna, apenas recuerdan de
ella cuatro cosas: que todos tenemos derecho a vivienda y trabajo, en especial.
Como esto es lo primero que ningún gobierno desde entonces ha cumplido, pues
nadie cree en ella. Los políticos, en cambio, se la tiran a la cabeza de manera
constante, en el Senado, en el Congreso, hasta en los ayuntamientos más
pequeños, pero nadie les hace puñetero caso.
¿Alguien
se acuerda del artículo 16.3 –yo he tenido que buscarlo- donde se dice: Ninguna
confesión tendrá carácter estatal? Y si lo recuerda, sucede otro tanto que con
lo del trabajo y la vivienda. Porque los mismos políticos que se pasan por la
entrepierna lo uno, se pasan también lo otro.
No
se comprende sin la reflexión chusca y manida anterior, que un jefe de Estado
de una nación aconfesional, y su real consorte, en nombre y representación de
todos los españoles, vayan al Vaticano a formar parte de una ceremonia
absolutamente religiosa, como es la santificación de dos personas, y se inclinen
y besan la mano del jefe de la Iglesia Católica. Eso sí, la consorte vestida de
blanco y con la peineta de teja encima de la cabeza, privilegio decimonónico de
las reinas católicas, aunque ella naciera ortodoxa.
Pero
si esto podría justificarse, tal vez, quizá, acaso, cogiéndolo con pinzas, como
representación de un Estado en otro Estado, eliminando las inclinaciones y eso,
lo que ya no tiene ninguna explicación son las mamarrachadas de algunos
políticos, que no se sabe muy bien si analizarlas en serio, no hacer ni caso, o
cabrearse como un mono cuando le quitan el plátano.
Los
nombramientos honoríficos y condecoraciones a las vírgenes son un esperpento de
difícil clasificación. Si aquella mujer, María de Nazaret, que probablemente
existió, y fue madre de un nacionalista, revolucionario, o como se le llamara
entonces, que se negaba a la ocupación romana, levantara la cabeza o resucitara
de verdad, y viera lo que se está haciendo con su memoria, o volvía a morirse o
enviaba una lluvia ácida u otra calamidad similar, o las siete plagas
directamente.
¿Pero
a qué mente o demente se le ocurre condecorar, poner bandas, nombrar alcaldesas
perpetuas o colocar medallas al mérito policial a esculturas de madera,
escayola, o piedra?
¿Es
que padecemos todos los españoles una enfermedad mental colectiva capaz de
convivir con células madre, satélites, redes sociales y actos de este calibre
sin inmutarnos? ¿O, tal vez, aquellos que las perpetran son las ramas perdidas
de la teoría de la evolución?
Sea
lo que sea, es grave. Porque además de estas condecoraciones y nombramientos, y
por si fuera poco ver a un jefe de Estado y consorte en esa situación ante una
religión, tenemos que tragarnos a las ministras con las tejas en las
procesiones; soportar que una responsable de empleo agradezca a la Virgen del
Rocío algo, no sé bien qué, pero algún contrato de trabajo a tiempo parcial; y
tragar con un ministro afecto a alguna secta, o alguna rama de la religión
católica, que en un momento de su vida
se cae del caballo.
Y la
Iglesia Católica, justo es decirlo, no tiene la culpa de esto. Pero la
jefatura, con su habitual voracidad, aprovecha esta circunstancia (así se las
ponían a Fernando VII), y va escriturando edificios, lo mismo les da la
mezquita de Córdoba, que un casetaño, que la ermita en ruinas de la virgen de
los Tontos Útiles.
¡Y
que esto esté pasando en un país de Europa!
1 comentario:
Es que, Isabel, el sentido común es el menos común de los sentidos. Si ya lo dicen las autoridades sanitarias: las cosas de la religión hay que tomarlas... en casa y con moderación. Algo de lo que comentas ya pasó en algún otro lugar, por ejemplo en un pueblo de Jaén, donde nombraron a la patrona, la Virgen de los Remedios, alcaldesa perpetua. ¡Señor, señor, qué cosas!
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