jueves, mayo 01, 2014

Estado aconfesional, y olé



Ilustraciones: Revistas Mongolia y El Jueves

Los niños, cuando se les reprende sobre lo mismo, con idéntico tono de voz, a la cuarta no escuchan, tal vez ni tan siquiera oigan, y siguen haciendo lo que les apetece. Es como un juego. Con la Constitución Española sucede otro tanto. La mayoría de los españoles, firmantes o no de la Carta Magna, apenas recuerdan de ella cuatro cosas: que todos tenemos derecho a vivienda y trabajo, en especial. Como esto es lo primero que ningún gobierno desde entonces ha cumplido, pues nadie cree en ella. Los políticos, en cambio, se la tiran a la cabeza de manera constante, en el Senado, en el Congreso, hasta en los ayuntamientos más pequeños, pero nadie les hace puñetero caso.
¿Alguien se acuerda del artículo 16.3 –yo he tenido que buscarlo- donde se dice: Ninguna confesión tendrá carácter estatal? Y si lo recuerda, sucede otro tanto que con lo del trabajo y la vivienda. Porque los mismos políticos que se pasan por la entrepierna lo uno, se pasan también lo otro.
No se comprende sin la reflexión chusca y manida anterior, que un jefe de Estado de una nación aconfesional, y su real consorte, en nombre y representación de todos los españoles, vayan al Vaticano a formar parte de una ceremonia absolutamente religiosa, como es la santificación de dos personas, y se inclinen y besan la mano del jefe de la Iglesia Católica. Eso sí, la consorte vestida de blanco y con la peineta de teja encima de la cabeza, privilegio decimonónico de las reinas católicas, aunque ella naciera ortodoxa.
Pero si esto podría justificarse, tal vez, quizá, acaso, cogiéndolo con pinzas, como representación de un Estado en otro Estado, eliminando las inclinaciones y eso, lo que ya no tiene ninguna explicación son las mamarrachadas de algunos políticos, que no se sabe muy bien si analizarlas en serio, no hacer ni caso, o cabrearse como un mono cuando le quitan el plátano.
Los nombramientos honoríficos y condecoraciones a las vírgenes son un esperpento de difícil clasificación. Si aquella mujer, María de Nazaret, que probablemente existió, y fue madre de un nacionalista, revolucionario, o como se le llamara entonces, que se negaba a la ocupación romana, levantara la cabeza o resucitara de verdad, y viera lo que se está haciendo con su memoria, o volvía a morirse o enviaba una lluvia ácida u otra calamidad similar, o las siete plagas directamente.
¿Pero a qué mente o demente se le ocurre condecorar, poner bandas, nombrar alcaldesas perpetuas o colocar medallas al mérito policial a esculturas de madera, escayola, o piedra?
¿Es que padecemos todos los españoles una enfermedad mental colectiva capaz de convivir con células madre, satélites, redes sociales y actos de este calibre sin inmutarnos? ¿O, tal vez, aquellos que las perpetran son las ramas perdidas de la teoría de la evolución?
Sea lo que sea, es grave. Porque además de estas condecoraciones y nombramientos, y por si fuera poco ver a un jefe de Estado y consorte en esa situación ante una religión, tenemos que tragarnos a las ministras con las tejas en las procesiones; soportar que una responsable de empleo agradezca a la Virgen del Rocío algo, no sé bien qué, pero algún contrato de trabajo a tiempo parcial; y tragar con un ministro afecto a alguna secta, o alguna rama de la religión católica,  que en un momento de su vida se cae del caballo.
Y la Iglesia Católica, justo es decirlo, no tiene la culpa de esto. Pero la jefatura, con su habitual voracidad, aprovecha esta circunstancia (así se las ponían a Fernando VII), y va escriturando edificios, lo mismo les da la mezquita de Córdoba, que un casetaño, que la ermita en ruinas de la virgen de los Tontos Útiles.
¡Y que esto esté pasando en un país de Europa!




1 comentario:

Anónimo dijo...

Es que, Isabel, el sentido común es el menos común de los sentidos. Si ya lo dicen las autoridades sanitarias: las cosas de la religión hay que tomarlas... en casa y con moderación. Algo de lo que comentas ya pasó en algún otro lugar, por ejemplo en un pueblo de Jaén, donde nombraron a la patrona, la Virgen de los Remedios, alcaldesa perpetua. ¡Señor, señor, qué cosas!