Cuesta
escribir esto. Siento mucho tener que escribir que Alejandro Muñoz,
el buen trashumante, el buen amigo, ya no está entre nosotros. Para
mí, Oncala no será el mismo pueblo sin él. Cuando Leonor y yo nos
propusimos escribir “La vida entre veredas” quisimos, además de
homenajear a los trashumantes, enlazar Oncala con Jaén, mi lugar de
nacimiento. Alejandro había hecho alguna vez ese trayecto,
concretamente al cortijo Ateril de los cuernos, en Navas de San Juan,
en el camino de Sierra Morena. Ahora mismo acabo de entrar en una
página web que muestra una foto del cortijo. Hacen referencia a un
ejemplar de la novela que Leonor y yo enviamos a Navas de San Juan y
por una fracción de segundo, sin darme cuenta del porqué miraba esa
página, he pensado, la imprimiré y se la llevaré a Alejandro.
Alejandro
fue durante años trashumante, hijo de trashumante, y para aquellos
que no les conocen, puedo decir que la mayoría de ellos son personas
especiales y entre ellos, Alejandro, especial por excelencia. Se han
forjado en ese ir y venir por cañadas, cordeles y veredas, portando
la responsabilidad de cientos de cabezas de merinas, vidas en
definitiva, su patrimonio andante. Están acostumbrados a ayudar y a
ser ayudados, ese toma y daca que imprime el carácter de la
generosidad de por vida. Así era Alejandro, generoso como María
Jesús, su mujer, sufridora por las largas ausencias y después
feliz, entre Oncala y Soria, con Alejandro a su lado.
Le
recuerdo cuando presentamos la novela en Oncala. No la había leído
y al hojearla se mostró muy contento por el nombre del protagonista,
que no era otro que él mismo, aunque lo hubiéramos escondido tras
el nombre de Pedro. Le gustó, porque era el nombre de su padre, de
un hermano, de un sobrino... Todos los oncaleses se volcaron en la
presentación, cocinaron migas, Alejandro el primero, pero también
Fidel, Martín, todos. Hijos y nietos de trashumantes, y aunque
ellos ya no lo sean, están impregnados de aquello que sus
antepasados le transmitieron. Dureza y aventura. Dureza y
responsabilidad.
Le
recuerdo todas las veces que subíamos a Oncala, colaborando para que
la llegada del rebaño, esa escenificación anual, fuera igual que
cuando de verdad bajaban por las cañadas, o en tren desde San
Francisco o el Cañuelo más tarde. Incansable, reviviendo todo
aquello con ilusión. Y a María Jesús, embutiendo chorizos como
hacía mientras Alejandro pasaba el invierno en el Sur.
Me
parece que fue el año pasado cuando Alejandro y María Jesús
hicieron un viaje a Extremadura, donde él había ido con sus ovejas
durante muchos años. Me contaba ella que él reconocía todos los
parajes, las tierras, las dehesas, el nombre, la extensión, la
propiedad. Fue el último viaje, antes del definitivo, ese que todos
hemos de recorrer.
Despedimos
a Alejandro en Oncala, entre flores, niebla y nieve propias de
febrero. Pese a ello, la hermosa iglesia de San Millán no pudo
albergar a toda la buena gente de Tierras Altas que acudió a darle
el último adiós. Llegaron desde Soria, de los pueblos de alrededor,
todos conocían a Alejandro, todos se conocen entre ellos, como una
gran familia. Los herederos de los caballeros trashumantes.
Ahora
se abre un largo camino ante María Jesús, Pili, José Alejandro y
Marta, es como una vereda llena de recuerdos que transmitirán al
pequeño Rodrigo, el único nieto del matrimonio.
1 comentario:
Estas personas sencillas y entrañables hacen la intrahistoria de Soria, o del lugar en que les haya tocado vivir. D.E.P.
Publicar un comentario