sábado, septiembre 30, 2017

Visita a la Baeza de Machado



+

¡Campo de Baeza,
soñaré contigo
cuando no te vea!

Baeza, junto con Úbeda, a escasos kilómetros una de la otra, es Patrimonio de la Humanidad. Hacía casi setenta años que Machado había fallecido en Colliure cuando llegó esa distinción, merecidísima. La Baeza que Antonio Machado conoció nada tiene que ver con la actual, remozada en lo físico y moderna en su componente humano. Baeza, en la bella y desconocida provincia de Jaén, tiene una prehistoria y una historia acorde con su relieve y el hecho de discurrir el río Guadalquivir. En la Prehistoria toda la provincia está marcada por la cultura íbera que alcanza su mayor expresión en el Santuario del Collado de los Jardines, en Despeñaperros. En el propio término de Baeza, concretamente en el Cerro del Alcázar, se ha estudiado una de las ciudades íberas que ha mantenido habitación hasta fechas relativamente recientes. Romanos, visigodos, omeyas, almohades y cristianos van turnándose en la posesión de Baeza y su entorno, hasta llegar a la lucha entre dos familias poderosas, los Benavides y los Carvajales, que la decidida Isabel I de Castilla soluciona mandando demoler el alcázar de la ciudad.

El palacio de Jabalquinto, mandado construir por el señor del pueblo del mismo nombre, en la comarca de Sierra Morena, don Alfonso de Benavides Manrique, familia directa de Fernando de Aragón, es uno de los edificios que con mayor fuerza contribuyeron a que Baeza, junto con Úbeda, fueran declaradas, en 2003, Patrimonio de la Humanidad. Actualmente está en él parte de la sede Antonio Machado, de la Universidad Internacional de Andalucía. Junto al palacio, Baeza muestra los edificios de la antigua universidad, la plaza del Populo, la Puerta de Jaén, la catedral proyectada por Andrés de Vandelvira, quien también dejó su arte en la de Jaén, y un buen número de edificios y fuentes, que hacen de Baeza una ciudad distinta a la mayoría de ciudades andaluzas, con aspecto manchego, tierra de la que no anda muy distante. Esta sensación desaparece en cuanto se traspasan los límites del caserío y se pierde la vista por campos de olivos, sierras y el río Guadalquivir.

Antonio Machado llegó a Baeza, con su madre, procedente de Soria, en octubre de 1912. Hacía menos de dos meses que había enviudado de Leonor Izquierdo. Se instaló en el Prado de la Cárcel, frente al Ayuntamiento. En Baeza residirá durante siete años como catedrático de Lengua Francesa en el Instituto General y Técnico, hasta que solicitó el traslado a Segovia.

En la actualidad y muy especialmente desde la declaración de la UNESCO, Baeza muestra restaurados y limpios sus edificios, pero cuando Machado llegó, más de un siglo atrás, acongojado por la pena de la muerte de Leonor, hay que pensar en lo sombrío de su mirada ante tanta magnificencia, fachadas de sillares y anchos volúmenes que ocultaban la esencia andaluza de las callejuelas. En 1913 escribe una carta a Miguel de Unamuno, en la que manifiesta, entre otros temas:
(…). Esta Baeza que llaman Salamanca andaluza, tiene un Instituto, un Seminario, una Escuela de Artes, varios colegios de segunda enseñanza y apenas sabe leer un treinta por ciento de la población. No hay más que una librería donde se venden tarjetas postales, devocionarios y periódicos clericales y pornográficos. Es la tierra más rica de Jaén y la ciudad está poblada de mendigos y de señoritos arruinados en la ruleta...”.

“Había un portalillo destinado a casino en la calle Barreras, que la chispa del pueblo había definido con el chungón denominado de “La Agonía”, porque la mayor parte de los socios eran labradores y se pasaban el tiempo en lamentaciones y en una tensión determinada por el estado del tiempo y sus predicciones”(1). El poema “Del pasado efímero” (Ese hombre del casino provinciano/que vio a Carancha recibir un día...), publicado en la segunda versión de “Campos de Castilla” de 1917, bien podría haber sido inspirado por ese portalillo llamado “La Agonía”.
+
El poeta, cuando llega a esta ciudad andaluza, cuenta treinta y siete años; viene huyendo de Soria, testigo mudo primero de sus amores y alegrías y, después, de su pena y de su dolor insondable, por la muerte de Leonor. Siete años pasó Machado en Baeza; siete años de enorme soledad y meditación, en los que se consolida definitivamente su personalidad poético-filosófica (…) y pasa las horas contemplado el maravilloso paisaje, abarcando con su mirada los montes de Jaén y las sierras de Cazorla, la sierra de Baeza, el Aznaitín y Mágina; y allá en lontananza el Guadalquivir, magnificente y bellísimo, que aún lleva en sus aguas la claridad sonora y limpia de sus fuentes y cascadas, y que serpea por el valle de amplias curvas de ballesta; (…) ya que el poeta, absorto ante el río, traía a su mente esa dulce y amorosa memoria de aquel otro río, adusto y guerrero, de antiguas y fuertes resonancias medievales -el Duero- que le recordaba la figura delicada, menuda y entrañable de Leonor (2).

Machado, él mismo lo expresó, era un hombre muy sensible al lugar en el que vivía. Observador, solitario, profundamente interesado por casi todo lo que le rodeaba y, muy especialmente por el paisaje, estaba interesado en las costumbres de allí donde residía, aunque fuera por poco tiempo. Caminante impenitente, en Soria no se limitó a la propia ciudad y alrededores, San Saturio, El Mirón.., si no que iba hasta Cidones, la Laguna Negra, Pinares... En Baeza su comportamiento sería el mismo. El paseo de la muralla, la Cruz de Vaqueta y el río Guadalquivir. Los estudiosos de su obra afirman que el andalucismo no le abandonó nunca, pero José Chamorro Lozano define ese andalucismo, “íntimo, más bien recatado, patético, carne viva del anhelo, pozo hondísimo de la emoción, delicadísimo aroma de las soledades y eco conmovido de los silencios”.

Y desde esa Baeza andaluza y olivarera, siempre recordó a Leonor. A final de abril de 1913, apenas ocho meses de su muerte, le escribe a José María Palacio uno de los poemas más emocionantes, que finaliza:

Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra...

Y desde Baeza también, tal vez viendo discurrir el Guadalquivir:

Soria de montes azules
y de yermos de violeta,
¡Cuántas veces te he soñado
en esta florida vega,
por donde se va, entre naranjos de oro
Guadalquivir a la mar!

O este otro desgarrador y delicadísimo a la vez:

¿No ves Leonor, los álamos del río
con sus ramajes muertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.

Daniel Pineda Novo, en “Antonio Machado, exegeta del Guadalquivir”, ya referenciado, da a conocer la circunstancia de Antonio Machado y Federico García Lorca se conocieron en Baeza, el año 1916, “a donde fueron de excursión los estudiantes de Letras de la Universidad de Granada. El peripatético profesor, don Martín Domínguez Berrueta, catedrático de Teoría de las Artes y amigo de Machado, le presentó a su alumno preferido, Federico García Lorca, diciéndole: “Es hijo de don Federico, el de Granada, y tiene muy buena disposición para la música. Falla le ha enseñado todo lo que sabe”. Y Federico le dijo a don Antonio: “A mi me gustan la música y la poesía”. (…) Antonio Machado leyó La Tierra de Alvargonzález...”. 

 

En esa ciudad jiennense, de huertas y olivos, con el Renacimiento esplendoroso en sus calles y plazas, por donde también pasó San Juan de la Cruz, tropezando la mirada con las sierras de Mágina, adivinando sierra Morena, admirando el gran río Guadalquivir, siempre comparándolo con el Duero, pasó los años de mayor tristeza el poeta Antonio Machado. Comería los platos propios (aún no típicos) de Baeza, los andrajos, los virolos, los ochíos...

Al igual que en Soria, también en Baeza consideran al poeta un poco, o un mucho, suyo. Su nombre está presente en instituciones, sus bustos y retratos en parques y recoletos jardines. Su espíritu no sé bien, en la corta visita a Baeza sólo nos dio tiempo a palpar lo evidente, aunque es de suponer que sí, especialmente toda la poesía que escribió en Baeza.

El poeta, novelista y académico de número de la Real Academia Española, Salvador González Anaya (Málaga 1879-1955), le incluyó como personaje en su novela “Nido Real de Gavilanes” (1932), que transcurre en Baeza, al hacerle admirado profesor del protagonista de la misma. El capítulo, corto, titulado “Lecciones de Antonio Machado”, escribe que le enseñó a Alonso, el protagonista, “... sin alardes, a venerar los arquetipos de la arquitectura beatiense, deteniéndose con frecuencia ante algunas portada de la Basílica; y en la extraña Casa del Populo (...). Su mentor, el gran poeta de Soledades marchara a enseñar verbos gálicos y a martirizar sus botones a otro instituto de Castilla...”. Consideremos el hecho de que se trata de una novela, porque Antonio Machado no se distinguió por el interés de los edificios, resulta difícil encontrar en su obra mención de ellos salvo alguna pincelada. En cambio sí en el paisaje y las costumbres, aunque a veces se equivocara y tuvieran que venir a Soria para enmendarle la plana.



El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla.
¡Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
que aun van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!


  1. Antonio Machado en la provincia de Jaén. José Chamorro Lozano. IEG, 1958.
  2. Antonio Machado, exegeta del Guadalquivir. Daniel Pineda Novo (C. de la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras). Instituto de Estudios Giennenses, 1970

No hay comentarios: