Hace unos días escuché a Iñaki Gabilondo informar sobre la existencia de trescientos campos de golf y el proyecto de poner en servicio cuatrocientos cincuenta más. Es decir, que la existencia de campo de golf en una urbanización es un valor añadido a la hora de emplear el dinero –ya sea negro, ya de color, o blanco- en la cosa del ladrillo.
Estamos inmersos en la cultura del ocio –no sé de dónde saca la gente el dinero- y las personas distinguidas deben pensar que eso de tratar de meter la pelotita en un hoyo queda de lo más, de lo más. A mi me importaría poco la forma en que se divierte la ciudadanía, pero resulta que los campos de golf necesitan una enorme cantidad de agua y que se construyen al Sur y en Levante, donde el sol broncea más las pieles, o sea, donde el agua escasea, a veces de forma alarmante.
El agua es un bien indispensable y, por tanto, el abundante gasto en caprichos como los campos de golf debería estar, directamente, prohibido y considerarse como delito ecológico, sobre todo en el Este y el Sur.
El golf es lo que los pastores de toda la vida llaman la gurria. Pues que jueguen a la gurria como lo hacían los pastores, en el monte, entre las matas, los arbustos, los árboles. Si no quieren pintar círculos que hagan agujeros, si no les gustan las cayatas, que se encarguen buenos palos o como se llame la herramienta con la que intentan meter en el hoyo, y las pelotas no es necesario que las hagan con madera de brezo, pero que dejen el agua para menesteres necesarios, por favor.
Estamos inmersos en la cultura del ocio –no sé de dónde saca la gente el dinero- y las personas distinguidas deben pensar que eso de tratar de meter la pelotita en un hoyo queda de lo más, de lo más. A mi me importaría poco la forma en que se divierte la ciudadanía, pero resulta que los campos de golf necesitan una enorme cantidad de agua y que se construyen al Sur y en Levante, donde el sol broncea más las pieles, o sea, donde el agua escasea, a veces de forma alarmante.
El agua es un bien indispensable y, por tanto, el abundante gasto en caprichos como los campos de golf debería estar, directamente, prohibido y considerarse como delito ecológico, sobre todo en el Este y el Sur.
El golf es lo que los pastores de toda la vida llaman la gurria. Pues que jueguen a la gurria como lo hacían los pastores, en el monte, entre las matas, los arbustos, los árboles. Si no quieren pintar círculos que hagan agujeros, si no les gustan las cayatas, que se encarguen buenos palos o como se llame la herramienta con la que intentan meter en el hoyo, y las pelotas no es necesario que las hagan con madera de brezo, pero que dejen el agua para menesteres necesarios, por favor.
1 comentario:
Yo, abanderado del costumbrismo rural y defensor de rancias tradiciones, poco me iba a imaginar poder perder mis raizes por algo tan etéreo como el golf. Mis ancestros orihundos por siglos de Mas de Pastores en Teruel, lo dieron todo por su tierra y la especulación que trae consigo el golf ha borrado hasta el menor rastro de su esfuerzo.
El golf no sólo es un atentado ecológico, es el fin del mundo rural tradicional, para los promotores de casas y de campos de golf los pastores y los agricultores son personas non gratas.
Por qué llamarlo golf cuando queremos decir especulación?
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