La pasión por la Historia, además del conocimiento de los hechos anteriores, reporta otras alegrías al indagar en hechos supuestamente pequeños, según quien o quienes los interpreten.
El supuesto oscurantismo de la Edad Media, en especial de la Alta, ha sido rebatido por historiadores. El estudio parcial de historias concretas que, juntas, forman la Historia, ha dado resultados a veces sorprendentes. Ya sabemos que el jabón se fabricaba y se usaba, que algunas plazas y calles se alumbraban, en especial algunos días importantes, y todavía, en las puertas de algunos castillos o de entrada a las villas, se han conservado enrejados para colocar las antorchas.
Existían los relojes, los astrolabios, los Cresques habían hecho su Atlas, y las casas ricas compraban especies para cocinar. La anécdota del ajo como único condimento, fue cosa de Fernando de Aragón, ya en el siglo XVI. Los juglares estaban muy bien considerados y los instrumentos musicales abundaban, así como los bailes, alguno de los cuales ha llegado hasta nuestros días. La gente se bañaba en grupos mixtos, esto y otros hechos lo sabemos por los maestros canteros quienes, además de reflejar escenas de la vida, de la Biblia y de la naturaleza, gastaron bromas y tomaron el pelo a varias generaciones, lo que indica la libertad con la que trabajaban. Lástima que la Iglesia se encargara de cortar las alas a toda la humanidad. En fin, hasta los más pobres y desheredados danzaban por cuenta de los jurados o responsables de los gobiernos de las villas, en días señalados.
Sobre todo, por encima de todo, estaba el alto sentido del honor en los caballeros, nobles y soberanos. Cuesta entender los hechos de la Edad Media y eso es porque se analiza desde nuestra actual perspectiva, ya se sabe que al ser humano le cuesta mucho bajarse del pedestal y ponerse en el lugar del otro o en la época pertinente.
Todo esto viene a una pequeñísima historia, casi una anécdota, que acabo de leer en el riguroso estudio de Santiago Sobrequés, titulado Els Barons de Catalunya. Véase si no. A principio del siglo XI, el vizconde, después obispo de Barcelona, Guislabert, cambió unas propiedades suyas, que consistían en una casa en el Call y un terreno en la Magòria, por dos libros de Priscià. Consideraba que a unos alumnos suyos le iban a ser necesarios para el estudio de las Matemáticas.
Sin más comentarios, ni de los valores morales ni de los materiales.
El supuesto oscurantismo de la Edad Media, en especial de la Alta, ha sido rebatido por historiadores. El estudio parcial de historias concretas que, juntas, forman la Historia, ha dado resultados a veces sorprendentes. Ya sabemos que el jabón se fabricaba y se usaba, que algunas plazas y calles se alumbraban, en especial algunos días importantes, y todavía, en las puertas de algunos castillos o de entrada a las villas, se han conservado enrejados para colocar las antorchas.
Existían los relojes, los astrolabios, los Cresques habían hecho su Atlas, y las casas ricas compraban especies para cocinar. La anécdota del ajo como único condimento, fue cosa de Fernando de Aragón, ya en el siglo XVI. Los juglares estaban muy bien considerados y los instrumentos musicales abundaban, así como los bailes, alguno de los cuales ha llegado hasta nuestros días. La gente se bañaba en grupos mixtos, esto y otros hechos lo sabemos por los maestros canteros quienes, además de reflejar escenas de la vida, de la Biblia y de la naturaleza, gastaron bromas y tomaron el pelo a varias generaciones, lo que indica la libertad con la que trabajaban. Lástima que la Iglesia se encargara de cortar las alas a toda la humanidad. En fin, hasta los más pobres y desheredados danzaban por cuenta de los jurados o responsables de los gobiernos de las villas, en días señalados.
Sobre todo, por encima de todo, estaba el alto sentido del honor en los caballeros, nobles y soberanos. Cuesta entender los hechos de la Edad Media y eso es porque se analiza desde nuestra actual perspectiva, ya se sabe que al ser humano le cuesta mucho bajarse del pedestal y ponerse en el lugar del otro o en la época pertinente.
Todo esto viene a una pequeñísima historia, casi una anécdota, que acabo de leer en el riguroso estudio de Santiago Sobrequés, titulado Els Barons de Catalunya. Véase si no. A principio del siglo XI, el vizconde, después obispo de Barcelona, Guislabert, cambió unas propiedades suyas, que consistían en una casa en el Call y un terreno en la Magòria, por dos libros de Priscià. Consideraba que a unos alumnos suyos le iban a ser necesarios para el estudio de las Matemáticas.
Sin más comentarios, ni de los valores morales ni de los materiales.
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