viernes, marzo 23, 2007

Escribir y publicar

Aficionada como soy a los condumios y su relación con los ritos y costumbres, en un reciente viaje a Granada con Leonor, mi hija, compramos un delicioso libro, editado en 1982 y reeditado en 2005. Se trata de “Ritual de la cocina Albaycinera”, de Mariano Cruz Romero, un reputado restaurador, propietario del Restaurante Mirador de Morayma, al que, por falta de tiempo, no tuvimos ocasión de visitar.
Leído en su totalidad en el AVE, de regreso a Tarragona, nada más abrirlo encontré, en el prólogo a la segunda edición, escrito por Manuel Gil, lo siguiente “La aventura, según nos recordó Rafael Guillén –uno de los miembros del Consejo editorial de “LOS PAPELES” junto al citado Francisco Izquierdo, Mariano Cruz, Cayetano Aníbal y Manuel Rodríguez- en el discurso pronunciado en su recepción pública como Académico Supernumerario de la Academia de las Buenas Letras de Granada, acabó por mor de la economía y el fisco, ya que “todo se vendía a riguroso precio de costo y acabó con la empresa el impuesto del IVA, que nos obligaba a constituirnos en sociedad mercantil, llevar libros de cuentas, liquidar a Hacienda lo que no cobrábamos y una serie de requisitos y problemas que no pudimos superar”.
Se refiere Manuel Gil a la aventura de publicar, en este caso los Papeles del carro de San Pedro, monografías, facsímiles, carteles y ediciones especiales, relacionados todos con una de las ciudades más maravillosas, especiales y bellas del mundo, Granada.
Como no soy de las que piensan que mal de muchos consuelo de tontos, rápidamente lo asocié a nuestra peripecia con lo de la edición de libros. No sé si el tema está mal legislado o no lo está en absoluto, pero escribir, publicar y posteriormente vender, resulta tan penoso que, en general, se tira la toalla.
Y no me refiero a publicar novela. La novela ya no la escriben los gurús de la intelectualidad, la gente con ideas, experiencia e imaginación, las personas que tienen algo que contar y lo cuentan bien. O no existen estas personas, o escriben pero se queda su obra en el baúl de los recuerdos. Las novelas (en su mayoría) las escriben, y por supuesto se las publican y por ello cobran buena pasta, los que previamente se han hecho famosos en un programa de televisión, o dan bien en la pantalla, o tienen buenas tetas. Léase Lucía Etxevarría (aunque copia copiando lo llame intertextualidad, o así), Sánchez Dragó (quien después del Gargoris no ha hecho nada leíble), las figuras televisivas (las recetas de la Pantoja) y tonterías varias, por acabar rápidamente con algo que todo el mundo sabe. Ya lo dijo Juan Marsé, son “chorizos literarios”. De eso, se me dirá, tienen la culpa los lectores. También. Y no digamos de sábanasantas, códigos, santosgriales, últimascenas, templarios y cátaros, que dan para todo. Se me dirá que eso vende porque a la gente le gusta. También.
Me refiero a libros de temática local, como “Ritual de la Cocina Albaycinera”, por ejemplo. Esos libros cuesta dinero hacerlos, y lo sé bien, porque, como dice Manuel Gil en el prólogo, obligan a darse de alta como sociedad mercantil, o Asociación, pagar lo que no se ha cobrado, gastar tiempo y dinero, impidiendo que se hagan otras cosas y llegando, finalmente, a la conclusión de que es mejor dejarlo. Salvo que detrás de la editorial se tenga una entidad financiera, o algo similar.
El último caso concreto con el que me he encontrado, donde para acabar de rematar las ganas de escribir interviene una distribuidora, es la muy interesante tesis doctoral sobre la iglesia soriana de Santo Domingo, llevada a cabo por una tarraconense, Esther Lozano López. Se titula “Un mundo en imágenes: la portada de Santo Domingo de Soria”. Se trata de un trabajo de casi quinientas páginas, dirigido por Javier Martínez de Aguirre Aldaz y editado por la Fundación Universitaria Española.
La publicación, como casi todas las tesis doctorales, es completa, didáctica, ilustrada, sin desperdicio, vamos. Pero los intermediarios (en este caso un tal Alcantarilla) que tanto daño hacen en todo, desde la agricultura hasta la cultura, se empeñan en no dejar en depósito ejemplares de la obra, cobrarlos a tocateja (lo cual no es habitual) y llevarse un buen porcentaje, más que el autor (que se lleva nada y pone el trabajo a veces de años) más que el editor (que pone el dinero) y más que el vendedor.
Como decía Edgar Neville, nada hay más triste y más caro que escribir (salvo las excepciones arriba indicadas, estrellas, chorizos, etc.). El poco respeto que se tiene al trabajo del escritor es proverbial. Decía Neville que no conocía a fabricante alguno de sofás al que le fueran a pedir un sillón gratis, como sucede con los libros.
Se lee poco, es cierto, pero es que, quitando a los “chorizos literarios”, en breve tiempo se leerá menos porque nadie va a escribir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Siempre nos quedará Marsé. Y tu blog, que sigo con admiración. Gracias.
Y por cierto, gracias también por ¿corregir? lo de los comentarios dejando que comentemos también los que no somos bloggers.
Saludos